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La falta de tolerancia al dolor en las mujeres

Lejos de ser un problema secundario sin importancia dentro de la, cada vez, más problemática sociedad en la que vivimos, la falta de tolerancia al dolor en las mujeres subyace a muchos de los problemas de orden social que nos encontramos.



Una buena parte de la conducta femenina está guiada y condicionada por la falta de tolerancia al dolor. Vemos esta falta de tolerancia al dolor en las relaciones de las mujeres con otros adultos, en su forma de criar a sus hijos, en la forma de tomar decisiones importantes, o en la omisión en la toma de decisiones. La falta de tolerancia al dolor es un infantilismo que subyace a muchos otros que vemos en el comportamiento de las mujeres hoy. Y no esperamos que todo el mundo sea valiente y que todas las personas tengan tanta tolerancia al dolor que puedan soportar lo que sea, pero si esperamos que los adultos se comporten como adultos y que desarrollen el coraje que se necesita para solucionar sus problemas.


La resiliencia en los humanos, según la RAE es la capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, pero en psicología se entiende además que la resiliencia hace que podamos salir fortalecidos de una situación traumática. Muchas mujeres se aplican esta teoría y viven convencidas de haber salido fortalecidas de una situación, pero una observación atenta de su comportamiento nos da a entender que no solo no han salido fortalecidas, sino que no han salido en absoluto. Se ve cuando una mujer sale de una relación de maltrato y se mete en otra relación exactamente igual: No hay aprendizaje, no hay fortalecimiento y no hay integración del trauma, esa mujer sigue mal y sigue cometiendo los mismos errores una vez y otra. En este sentido la teoría de la resiliencia le serviría para halagarse y validarse a sí misma, sin llegar a comprender el proceso traumático en el que está inmersa. Estas actitudes las explica esta falta de tolerancia al dolor, como vamos a ver aquí.


Teorías como la de la resiliencia, la felicidad, la psicología positiva y la nueva era refuerzan todas la falta de tolerancia al dolor de la mujer. Todas ellas invitan a las mujeres a ponerse una máscara para ocultar los problemas y seguir viviendo una farsa en la negación más absoluta, que le hace daño a ella y a todo su entorno. Son el tipo de discursos y argumentaciones que refuerzan la evitación, desde el momento en que el psicólogo también evita encarar el problema de la mujer. Tengamos en cuenta que los psicólogos somos mayoría mujeres, y que muchas psicólogas tampoco tienen tolerancia al dolor. Una psicóloga que no puede soportar su propio dolor no entrará nunca en el trauma ni demasiado profundo en el psiquismo de un cliente, porque le dará demasiado miedo a ella misma. El reprocesamiento del trauma precisa de una fortaleza en el terapeuta que muchas no tienen. La persona traumatizada necesita que alguien sustente su dolor, que alguien se encargue, porque ella no puede sola. Si la psicóloga teme el dolor ajeno como el propio, jamás solucionará sus problemas y por lo tanto tampoco podrá solucionar los problemas de sus clientes.



Es pertinente aclarar que entendemos que las personas no pueden hacer muchas cosas solas. Todo lo relacionado con el trauma es prácticamente imposible de hacerlo uno solo, pero eso no les impide hacerlo a muchos. Lo que impide que las personas hagan cosas dolorosas no es, mayoritariamente, la falta de recursos o que no puedan hacerlo solos, sino la falta de tolerancia al dolor.


Cuando la psicología refuerza estas actitudes en las mujeres, lo que está haciendo es validarlas por no atreverse; ser cobardes, en definitiva, porque de eso hablamos. Por eso las pseudoterapias tienen tanto éxito. No es porque los pseudoterapeutas sean muy buenos, se trata solamente de que practican la consolación. Poner paños calientes a las mujeres intolerantes al dolor les hacen sentir bien momentáneamente de un modo que ambos toleran, y eso les gusta a ambas partes. El pseudoterapeuta, que es en sí mismo otra persona con absoluta intolerancia al dolor, pasará por encima de los problemas, dará un poco de bálsamo evitando él mismo sentirse mal y después se felicitará por haber hecho un gran trabajo de «sanación», que así lo llaman ellos. En este sentido, digamos que ambos se reforzarán la intolerancia mutuamente.


En realidad, las mujeres con esta falta de tolerancia al dolor no hacen terapia de verdad porque no lo soportan. Las técnicas terapéuticas que funcionan de verdad generan dolor, y es un dolor que se va pasando e integrando, pero siempre hay una fase primera en estas terapias, que puede durar semanas, que resulta dolorosa. Esta es la auténtica razón por la que estas mujeres no hacen la terapia que funciona. No es solo que duela, es que el dolor se mantiene un poco de tiempo, y eso les resulta intolerable.


Estas técnicas terapéuticas son auténticas varas de medir la fortaleza en las personas. Aquí es donde se ve la mujer que tiene tolerancia al dolor, resiliencia, fortaleza y todas esas cosas que muchas mujeres aseguran tener pero que en realidad no tienen ni han tenido nunca. Es irónico que nos adoctrinen en el discurso de la fortaleza en las mujeres y que, al mismo tiempo, la comunidad psicológica al completo, y la sociedad con ella, se encargue de crear, validar y fomentar justamente lo contrario: la debilidad.



A ese respecto, hace un tiempo comenzó a circular entre los psicólogos la idea de que estas técnicas terapéuticas neuroreprocesadoras desregulaban mucho al paciente y que eso no era bueno para las personas traumatizadas. Es normal que haya algo de desregulación en el trascurso de una sesión terapéutica, pero no es nada que un buen psicólogo bien formado y con buenos recursos emocionales y cognitivos no pueda tolerar y saber llevar. Con respecto al paciente, aunque es verdad que la terapia desregula, es algo que se puede gestionar; se puede ir más despacio o se pueden utilizar recursos que lo hagan más tolerable para esa persona. Quizá no estamos hablando tanto de un problema de desregulación en el paciente sino de un problema de inutilidad en el psicólogo, de un «no saber hacer», de una falta de profesionalidad, en definitiva.


En base a estos pobres argumentos algunas psicólogas no usan estas técnicas terapéuticas, dejando a las personas que buscan ayuda en un vacío. Lo que se trasluce de esto es que las propias psicólogas no toleran lo que se genera con estas técnicas. No solo el cliente debe tener valentía para enfrentarse a su dolor, la propia psicóloga debe tener una capacidad para sustentar el dolor del otro que algunas no parecen tener. Ya lo decimos, que como mujeres que son, muchas psicólogas tampoco tienen demasiada tolerancia al dolor.


Desgraciadamente, las consecuencias de la cobardía no las pagan solo las mujeres, sino sobre todo sus hijos. Una de las conductas que vemos mucho en estas mujeres es la incapacidad para seguir normas u horarios rutinarios; llevar un reloj y seguir una agenda parece difícil para muchas de estas mujeres. Esto es resultado de una falta de tolerancia a la responsabilidad y una mujer que tenga miedo a la responsabilidad será incapaz de hacerse cargo de los problemas, pero además tendrá fobia a la disciplina, al orden y a los métodos y normas que se usan para llevar una vida ordenada y para educar a los hijos, lo que dará como resultado una madre desordenada y pusilánime que criará asimismo hijos pusilánimes. Los hijos que se crían con estas madres, muy a menudo sin padre, suelen ser niños con tendencia a la depresión, sin carácter y con mucha resistencia a la autoridad y las normas. Asimismo pueden ser personas caprichosas e infantiles.


En ese sentido, muchas mujeres que estén leyendo esto es posible que ni

siquiera conciban que uno pueda hablar en términos de disciplina en estos tiempos, y lo traducen rápidamente en «maltrato». Aquí es donde las políticas de supuesta protección al menor les hacen un favor a estas madre permitiéndoles que malcríen a sus hijos, haciéndonos luz de gas a todos, negándonos la realidad: que la negligencia es la forma de maltrato que deja más damnificados.



Muchas mujeres con este problema de intolerancia al dolor, que además están criando a sus hijos solas, se ven alentadas por una tendencia en crianza, a la que llaman crianza natural. No sabemos qué aspecto tiene en realidad esta crianza natural, lo que sí sabemos es que muchas mujeres toman estos postulados y los hacen suyos de formas subjetivas, moldeando la crianza natural como mejor les acomoda a ellas.


La pura realidad es que cuando las madres consienten a sus hijos lo que sea; cuando son incapaces de disciplinarlos en un orden y unas normas; cuando ni siquiera les ponen horarios ni les exigen un comportamiento ni un rendimiento concretos en ningún área de la vida, no es porque estén practicando la crianza natural, lo que ocurre es que no soportan el malestar de tener que decir que no; el estrés que supone llevarle la contraria a alguien; generar un posible conflicto o, lo peor de todo, que alguien se enfade con ellas. Estas cosas generan un dolor emocional que ellas no soportan. No hace falta decir que no hablamos de mujeres maduras, sino de mujeres-niñas que se quedaron ancladas en la infancia. Muchas de estas mujeres no solamente no son capaces de ejercer ellas mismas ningún tipo de disciplina, sino que tampoco permiten que otros lo hagan. Esta es una de las causas de que los padres hayan desaparecido de la foto en miles de hogares. Increíble pero cierto, la intolerancia al dolor de la mujer puede llegar a impedirle al padre que haga de padre y que ejerza disciplina, que ponga normas o incluso que ponga castigos a los hijos. Si la mujer insiste en negarle al padre esta función se generarán una serie de conflictos en la pareja que a la larga serán intolerables y terminarán separándose. A partir de ahí los niños se criarán solamente con la madre y en base a la comprensión de la vida que tenga la madre, cómo estamos explicando aquí, de forma negligente o cuasinegligente.


Como se puede comprobar, todo esto vincula muy estrechamente con la complacencia femenina de la que ya hemos hablado. De hecho, la complacencia es también un reflejo y una consecuencia de la intolerancia al dolor.


Luego está la culpa, ese dragón dormido al que todo el mundo teme. Otras de las razones que llevan a las mujeres a ser complacientes y a no regañar a sus hijos, o a consentirles todo, es la culpa. Y es que la culpa también provoca dolor y por eso las mujeres no soportan sentir la culpa. En el caso de la culpa termina convirtiéndose en una responsabilidad social, porque parece que la sociedad al completo tuviera que hacerse responsable de todo aquello de lo que las mujeres no se hacen responsables, así que, para no hacer sentir culpable a la mujer, y evitar generarle una emociones que no pueda tolerar, la sociedad entera se ve impelida a una conducta concreta en su trato con las mujeres, o a la omisión de una conducta concreta, y esto se ve sobre todo en el contexto de las relaciones terapéuticas. Los psicólogos parece que estuviéramos obligados a hablar de una forma concreta o a evitar hablar de ciertas formas o de ciertas cosas para no hacer sentir mal a la mujer, para no hacerle sentir culpable o para no generar un conflicto dentro de su cabeza. No hace falta explicar que esto no ayuda a las mujeres, pero que además tampoco ayuda a la sociedad. Un adulto debería ser capaz de hacerse cargo de sus problemas y el psicólogo debería ayudarle a eso, en lugar de ayudarle a evitar siquiera mirar esos problemas.


No solamente la psicología positiva o la nueva era se han creado a la medida de la cobardía femenina; la industria farmacéutica ha visto una oportunidad única en este umbral de tolerancia tan bajo que padecen las mujeres. Cuando una mujer no puede soportar la ansiedad, la depresión o cualquier otra emoción que se salga de su umbral de tolerancia al dolor, que suele ser un umbral muy bajo, la mujer corre a la farmacia a que le den una pastilla que le aplaque las sensaciones que le generan estas emociones. Si la farmacéutica ha llegado a ser lo que es hoy, es gracias a la falta de tolerancia al dolor en las mujeres. La farmacéutica se sustenta sobre los hombros de la cobardía humana.



En sus relaciones con otros adultos estas mujeres tampoco muestran demasiada tolerancia al dolor. Muchas de ellas han creado un repertorio de frases y palabras para excusarse, pedir perdón y justificar los porqués de sus argumentos o de su conducta. Son mujeres que empiezan sus frases diciendo cosas como: No te enfades porfi, pero… para, a continuación explicarte lo que piensan de ti o aquella cosa que piensan que te va a molestar, que puede ser algo tan simple como que el color de la blusa que te has puesto hoy no te queda demasiado bien. Un comentario que entre amigas y mujeres adultas no tendría mayor importancia, pero que para ellas es todo un mundo y les supone una cantidad de recursos emocionales que muy bien podrían ahorrarse y emplearlos en unas cuantas sesiones terapéuticas. Es complacencia, sí, pero es también falta de tolerancia al dolor. Si yo me acerco a una amiga a decirle «esos pantalones no te quedan bien», puedo esperar que mi amiga se enfade y que tenga una reacción negativa en contra de mí, pero como la adulta que soy voy a poder soportarlo. Eso no me va a generar un problema emocional ni psicológico que me lleve una semana superar. Será sencillamente un trance o un compromiso más o menos grande que mi amiga y yo vamos a poder sortear y seguir adelante sin mayores problemas. Porque así nos comportamos los adultos. Para una de estas mujeres, sin embargo, una situación de este tipo podría suponer un coste emocional demasiado grande. Tener que tolerar el dolor del rechazo de una amiga a la que le hace un comentario le supondría el uso de demasiados recursos y, de nuevo, una tolerancia al dolor que no tienen. Por otro lado, digamos que estas mujeres podrían ahorrarse este tipo de comentarios, pero por alguna razón sienten la necesidad de decir lo que piensan, piensan que tienen derecho a hacer todo lo que quieran porque han sido erróneamente empoderadas para pensar que solo tienen derechos, pero no quieren tener que hacerse cargo de la responsabilidad de su comportamiento.


Aquí vemos una clara representación del tipo de respuesta que clasificamos como pasivo-agresivas en psicología. En muchas ocasiones estas respuestas pasivo-agresivas están guiadas por una auténtica maldad y una intención de hacer daño a la otra persona, es decir, las llevan a cabo personas manipuladoras. Pero en otras ocasiones la persona que se comporta así lo hace porque una vez que ha agredido se da cuenta de lo que ha provocado y que no va a poder soportar la respuesta del otro, y entonces adopta una actitud de víctima y se muestra sumisa esperando que el otro sea compasivo. Diciendo esto no queremos justificar este tipo de comportamientos. No validamos estas respuestas como no validamos ningún tipo de comportamiento que suponga una manipulación del otro.


Muchas de estas mujeres, como no podía ser de otra forma, se dedican a actividades vinculadas con lo que se denomina hoy arte. Ya hemos hablado en otra entrada de los recursos creativos. Los recursos creativos son actividades que nos hacen sentir bien y que nos ayudan a tolerar el dolor en el día a día durante procesos terapéuticos a largo plazo. Algunos de estos recursos creativos pueden ser la lectura, las manualidades, cuidar animales, etc. También las actividades artísticas como pintar, cantar, actuar, danzar, etc. Ya explicamos que quedarse anclado en los recursos creativos no solamente no integra el trauma, sino que amarra a las personas en la infancia y refuerza el trauma.


Muchas mujeres traumatizadas no pueden superar la fase de los recursos artísticos porque son adictas a la sensación que les provoca, ya que eso les ayuda a evitar el malestar psicológico o emocional que padecen y que no soportan. Los recursos creativos y las tontunas infantiles a las que muchas mujeres se dedican hacen el mismo efecto que las drogas de farmacia que se toman para anestesiar el dolor y no tener que hacerse cargo de él. Entrar en un estado alterado de conciencia mientras estás haciendo ganchillo o un rompecabezas evitaría tener que centrarte en el dolor emocional que estás sintiendo. Es la evitación en la práctica. Este tipo de comportamientos además están vinculados al trauma y es la razón por la que encontramos a tantas personas traumatizadas que terminan dedicándose a actividades artísticas. Ya lo hemos dicho en otra ocasión: el arte es la expresión del trauma humano, pero solo para aquellas personas que no toleran el dolor y que no podrían soportar la terapia que necesitan.


Y no negamos que muchas de estas cosas sean auténticamente dolorosas. Yo misma he pasado este proceso de integración del trauma, de un trauma grave y complejo, y he sufrido mucho en el proceso. Es decir que no es porque no lo comprenda que yo estoy hablando así, sino justamente al contrario: hablo así porque lo comprendo perfectamente. Ahora bien, también comprendo que somos adultos y que una de las características de la vida adulta es, o debería ser, la responsabilidad a través de la cual tomamos las riendas de nuestra vida.


La falta de tolerancia al dolor en las mujeres puede parecer un problema secundario pero en realidad subyace a muchos de los problemas sociales que nos encontramos hoy día. Antiguamente, en lo referente a la crianza de los hijos, la complacencia y la falta de tolerancia al dolor en la mujer la compensaba el hombre, el padre, que sí era capaz de aplicar la disciplina sin que le doliera. Pero hoy eso ya no es así puesto que el padre ha desaparecido de la foto y solo queda la madre y es una madre a medias, una madre pusilánime, cobarde, que no es capaz de hacerles frente a los problemas que se les plantean a sus hijos o a ella misma. Es decir nos preocupa lo que pueda ocurrir con estas mujeres a causa de su falta de tolerancia al dolor, pero nos preocupa mucho más lo que les está ocurriendo a sus hijos. Las mujeres con falta de tolerancia al dolor están creando una generación entera de hijos que a su vez no tienen tolerancia al dolor, que saldrán corriendo ante las situaciones difíciles en la vida y que permitirán que muchos se aprovechen de ellos. Una persona que no sabe tomar decisiones en la vida es, literalmente, un esclavo, una persona que está condicionado a lo que otros quieran que él haga, que, si nos fijamos es exactamente lo que ocurre con estas madres. ¿Estamos, pues, creando una generación de esclavos consintiendo la falta de tolerancia al dolor en las madres?


Irónicamente, ante la falta del padre, la madre, o la mujer en general, va a buscar ayuda, o bien delega estas responsabilidades de las que ella no se puede ocupar, en otras personas, ya sean otros familiares, sus propios padres, los psicólogos, la asistencia social o el Estado en cualquiera de sus formas. En muchas ocasiones cuando las mujeres vienen a buscar ayuda de la psicología porque no saben ya qué hacer con sus hijos, con sus novios, con sus jefes o con lo que sea, muy claramente nos están diciendo a los psicólogos: «Por favor, ocúpate tú porque yo no puedo». Muchas mujeres salen a buscar ayuda de forma desesperada para que alguien tome las decisiones que ellas no pueden tomar, para que otros ejerzan la disciplina que ellas no saben ejercer, y en definitiva, para que otras personas sean los adultos en unas situaciones en las que ellas no saben ser los adultos.


Otras muchas jamás permitirán que otras personas se inmiscuyan en su forma de criar a sus hijos, son aquellas que se lanzan a divorciarse o separarse en cuanto el padre intenta ejercer algo de disciplina (o siquiera de educación). Son mujeres que además de padecer una grave intolerancia al dolor, padecen una insoportable soberbia.


No hace falta decir que la mujer sin tolerancia al dolor mirará para otro lado cuando sus hijos tengan problemas, no solamente problemas menores, sino problemas graves como pueden ser violencias físicas que estén sufriendo en el colegio, o incluso abusos sexuales como ya hemos explicado.


Con todo esto pretendemos exponer el daño que genera en todo el tejido social esta falta de tolerancia al dolor en las mujeres y por qué debería ser un problema para tratar por la psicología de forma inmediata, pero no de la forma en que se está haciendo, mediante la ocultación y la táctica de «la sonrisa pegada en la cara», sino con la valentía que tampoco la psicología ha mostrado nunca; reconociendo que es un problema grave e instando a las mujeres a que se lo traten de una vez. Una infusión de valentía hacia la sociedad desde la psicología y otras disciplinas, que ayude a las mujeres a madurar de una vez y a comenzar a comportarse como los adultos responsables que todos esperamos que sean.


Basta ya, pues, de validar a las mujeres por su cobardía. Basta de decirles lo que quieren oír y ponerles paliativos y paños calientes cada vez que se presenten ante nosotros con un dolor. Hagámoslo bien, intentemos evitar el dolor lo más posible, no podemos generar más dolor ni ensañarnos con el dolor ya existente; seamos profesionales en nuestro trato a la hora de resolver este problema, pero hagámoslo. Basta de mirar para otro lado y basta de simular como si no pasara nada porque están pasando cosas graves.


Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.


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