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La reactancia psicológica en las mujeres

Ir en contra de tu propia naturaleza solo para mostrar una supuesta fortaleza de carácter o, lo que es peor, un supuesto empoderamiento, solo te genera daño a ti misma.



En esta entrada vamos a hablar de una característica de la personalidad femenina que explicaría muchos de los comportamientos actuales de las mujeres. Se trata de la reactancia psicológica. Llamamos reactancia psicológica a una reacción emocional que se despierta en las personas al percibir que se amenaza con suprimir sus libertades. Esta amenaza percibida puede ser real o imaginaria, al igual que las supuestas libertades…


Actualmente esta reactancia se puede despertar en base a cosas sin importancia, llegando a generar reacciones muy exageradas y desmedidas en grupos concretos. Esta es la reacción que lleva a las personas a la creación de eslóganes, a manifestarse en las calles o a la creación de grupos de oposición. La persona en reactancia puede agredir verbal o físicamente a otros creyéndose en derecho a hacerlo, porque la defensa de sus libertades lo justifica. Es además un generador de victimismos salidos de la nada.


La reactancia es más común en personas emocionalmente desequilibradas o poco reflexivas. No es de extrañar, por lo tanto, que sea un rasgo femenino. Y si esta última afirmación te ha generado reactancia, sigue leyendo. Si entendemos que la mayoría de las personas del mundo tienen trastornos de apego y que estos generan desequilibrios emocionales, comprenderemos por qué estas afecciones son tan comunes. Si además sabemos que las mujeres somos más frágiles emocionalmente entenderemos que ese trastorno de apego nos afectará de forma más dramática que a los hombres. Luego hay que tener en cuenta el trauma. El trauma es asimismo un gran desequilibrador puesto que puede generar partes disociadas de la personalidad.


Como vemos, este es el escenario ideal para manipular a las mujeres, puesto que estos estados mentales nos hacen muy vulnerables e influenciables. Cuantas menos defensas emocionales y cognitivas tenga la persona objetivo, con más facilidad será manipulada y llevada a caer en la reactancia. Y no es que el trauma no afecte a los hombres, o que este rasgo de la reactancia no lo padezcan ellos también, pero si lees esto y observas atentamente a tu alrededor, te darás cuenta enseguida de quiénes encajan mejor en esta descripción.


La reactancia en si no es algo malo ni que haya que eliminar. Bien utilizada, la reactancia es lo que nos permite defendernos de los abusos de otros. El problema es que es una reacción emocional que no tiene nada de racional y, por lo tanto, puede aprovecharse (y se aprovecha) en múltiples ocasiones para manipular a la población. En pocas palabras, la reactancia es un arma de control poblacional. Se puede usar (y se usa) para pasar leyes poco populares, para introducir una nueva forma de pensar en la población o para generar cortinas de humo.


La reactancia psicológica se incluye dentro de lo que llamamos psicología inversa, que es una cosa muy sencilla de aplicar. La psicología inversa se basa en influir a alguien expresando lo contrario de lo que queremos obtener de esa persona. Por ejemplo, puedes convencer a un niño para que haga lo que tú quieres haciéndole creer que quieres que haga lo contrario. Es un truco que usan muchos padres con sus hijos, y es un truco que usan las personas astutas con los individuos menos despiertos y más influenciables.


Como explicamos, la reactancia es fácil de provocar y de hecho, parece un juego. Tendemos a pensar que es un truco demasiado burdo para los adultos, y que en algo así solo picarían los niños. Pero la verdad es que sorprende ver hasta qué punto poblaciones enteras se mueven en base a la reactancia psicológica que se ha generado en ellas de forma artificial. La actualidad del mundo ahora mismo está llena de ejemplos de reactancia en donde las mujeres son grandes protagonistas. Pero para entender mejor cómo la reactancia explica los comportamientos de las mujeres de hoy, hay que irse un poco atrás en la historia.


En torno a los años ochenta del siglo pasado se generó una corriente bajo el eslogan: “la mujer es el sexo débil”. Como era de esperar, este eslogan generó una reactancia muy fuerte en las mujeres en contra de esta idea. En contraposición, las mujeres de aquella época se empeñaron en demostrar que no solamente no somos el sexo débil, sino que somos el sexo fuerte. Así es como comenzó la absurda creencia de la mujer como el componente fuerte en la relación hombre-mujer.


Alzadas en esa creencia las mujeres se tragaron el cuento de que podían con todo. En su empeño de demostrar una supuesta fortaleza, las mujeres comenzaron a cargarse de trabajo voluntariamente. Por otro lado, se establecieron una serie de paradigmas de lo que significaba ser fuerte, que era justo lo contrario a lo que se consideraba ser débil. Entre otras cosas, ser fuerte era (y es aún) evitar a toda costa pedir ayuda; mostrarse frágil o vulnerable en cualquier contexto; depender económicamente de un hombre o incluso tener pareja; elegir ser ama de casa en exclusiva y no salir a trabajar fuera de casa; etc.




Estos paradigmas cubren una gama muy amplia de situaciones en la vida de las mujeres que van desde evitar pedir días libres en el trabajo para cuidar de un hijo, hasta la doble y triple jornada. La reactancia generada por la supuesta fortaleza femenina ha llevado también a cantidades ingentes de mujeres a divorciarse de sus hombres en la creencia de que no los necesitan. Las generaciones anteriores a esta época que comentamos aquí observaban las relaciones de pareja de otra forma diferente, pero a partir de aquí la mujer comienza a observar al hombre como a alguien descartable. Y es normal, este adoctrinamiento en la fortaleza femenina lleva a las mujeres a creer que tener a un hombre contigo es ser débil. Esta idea va muy vinculada a la supuesta independencia femenina, que viene siempre aparejada con la fortaleza.


Y solo este argumento ya nos muestra la enclenque base racional sobre la que se fundamente todo esto: No hay ninguna relación lógica entre tener un hombre a tu lado y ser débil. Es una majadería. Pero para una mujer en reactancia, tiene todo el sentido del mundo. A partir de cierto punto de adoctrinamiento, cuando los eslóganes ya han quedado grabados a fuego a base de repetirlos, esa persona seguirá actuando igual por puro automatismo. Hará las mismas cosas y repetirá las mismas frases y discursos que ha repetido siempre, aunque para ella ya no tengan sentido.


Intentando aparentar fortaleza las mujeres terminan por quedar en un estado de mayor vulnerabilidad y fragilidad. Ya hablamos de cómo la mujer cuida y el hombre protege, y esa función primordial en la personalidad masculina ha quedado anulada por completo en los últimos 30 años a causa de esta reactancia femenina. Así, al desaparecer la figura protectora, tanto la madre como los hijos quedan en una situación de gran vulnerabilidad que luego les pasa la factura a todos. Estas situaciones de vida en las que se encuentran muchos menores que se crían sin padres solo generan más trauma y más trastornos de apego, ahondando así en la fragilidad emocional y psicológica de los menores. El resultado final de la irracional necesidad de la mujer de sentirse fuerte es que origina mucha más debilidad en todos a su alrededor, empezando por los hijos. Y esto es algo que pasará de generación en generación si no se le pone remedio.


Entre las soluciones a los problemas de las mujeres que propongo en mi libro En Femenino Plural está la de hacer las paces con los hombres, y utilizo la frase: ¡No sin mi marido! como grito de guerra simbólico. Por supuesto, aquí no hablamos de casos de hombres violentos, pederastas o delincuentes en general, hablamos de hombres normales (que también existen...)


Vayamos con el segundo ejemplo de reactancia femenina, que también explica un comportamiento muy recurrente hoy. También nació en los años ochenta y se trata de fomentar la dicotomía falsa entre la madre y la puta. Eran los años de la liberación sexual femenina, que se nos vendió a las mujeres como un derecho y como algo que nos iba a cambiar la vida, y que ha terminado siendo un arma de doble filo que solo nos hace daño a nosotras.


La dicotomía de la que hablo se expresa de la siguiente forma: frente a la mujer recatada, respetable, maternal, se encuentra una mujer rebelde, fuerte y puta. Estos serían los dos extremos de un continuo y entre medias no habría nada. La organización de la vida en dicotomías hace que acabemos siendo radicales y que obviemos todas las opciones que existen en realidad. En este caso, llevar a las mujeres desde el extremo de comportarse como personas respetables al extremo de comportarse como personas sin dignidad, es tan sencillo como provocar una reactancia dirigida a la liberación sexual de la mujer. Como si la sexualidad femenina hubiera estado presa en algún sitio…


Es decir, solo tenemos que decirles a las mujeres que no pueden liberarse sexualmente, que tienen que vestirse de forma normal y tener relaciones sexuales solo con sus maridos o novios. Y ya está. La reacción de las mujeres no se hará esperar. Pronto las tendrás caminando semidesnudas por la calle y acostándose con todos ―¡y con todas! ―, en la creencia de que lo hacen porque quieren y porque son libres…


Manipular a las mujeres es demasiado fácil.


Y si lo pensamos fríamente veremos enseguida que comportarse así para una mujer es ridículo: Muchos de estos comportamientos que despliegan las jóvenes ahora solo les interesan a cierto tipo de hombres, a los más machistas. Para un hombre (tipo cerdo, claro) es ideal tener a un buen montón de mujeres “liberadas” dispuestas a acostarse con él. Se lo ponéis fácil a lo peorcito de nuestra sociedad y encima presumís de hacerlo por voluntad propia, y de ser independientes, libres, y fuertes.


¿Qué más hace falta para que os deis cuenta de que os están manipulando?


No hace falta decir que muchas de estas reacciones se enmarcan en el feminismo. Y es normal que así sea; se puede afirmar que la reactancia es el alimento del feminismo. No hay más que ver una manifestación feminista del tipo que sea, en persona o en las redes. Lo que mueve a esas mujeres es solo la reactancia. Si no fuera por este rasgo femenino, el feminismo nunca habría tenido lugar. No tendría sentido.

En el lenguaje femenino actual, esta forma de comportarse se llama empoderamiento; pero si lo observamos de cerca, nos daremos cuenta enseguida de que hablamos a partes iguales de soberbia y de estulticia. Al final aquí ninguna sabe lo que representa estar empoderada porque este adjetivo es solo un eslogan más. Si observamos atentamente estas reacciones femeninas que se pueden dar en cualquier contexto en el día a día, allá donde ellas desearían que tú vieras a una mujer fuerte, lo único que aparece es una niña malcriada; una mujer que grita en exceso; una chalada adoctrinada; una mujer amargada y dolida que expresa su amargura hacia afuera, o una mujer traumatizada llena de veneno por esa causa. No estaría de más que las mujeres reflexionaran un poco sobre por qué hacen lo que hacen.


Es fácil comprobar cómo muchos de los problemas de las mujeres se los generan ellas solas. La vida ya es suficientemente difícil; las niñas y las mujeres somos víctimas de violencias demasiado a menudo, y vivimos demasiado separadas y desunidas unas de otras, haciéndonos daño constantemente. No necesitamos hacernos la vida aún más difícil.


A finales de los noventa o principios de los años dos mil, salió a la venta en España un libro llamado “Todas putas”. Es de esperar que un libro llamado así genere una polémica que dispare las ventas del libro, y suponemos que se hizo con ese propósito. Efectivamente, el libro fue un éxito de ventas, claro está, sostenido sobre la reactancia femenina que generó esta provocación. Muchas mujeres reaccionaron haciendo mucho ruido; pretendían que el libro fuera censurado y que lo quitaran de la venta, pero lograron justamente lo contrario. Cuando algo como esto ocurre y tú quieres eliminar la provocación, tienes que hacer justamente lo contrario, dejar que pase sin pena ni gloria y no darle ninguna publicidad, no mencionarlo, no informar a nadie, hacerle el vacío más absoluto. Pero las mujeres no saben hacer eso, están demasiado adiestradas hacia la reactancia.


Las mujeres empapadas en la reactancia hablan mucho en términos de patriarcado y usan eslóganes y palabras clave como “lucha”, “derechos” e “igualdad”. Pero la realidad es que estas mujeres son el instrumento más eficaz de eso que ellas llaman patriarcado. En la creencia de estar por encima de la manipulación, al final están exactamente donde ese sistema que critican quiere que estén: adoctrinadas, robotizadas y solas.


Es decir, débiles.


El empeño de la mujer en reaccionar de forma soberbia ante las provocaciones de cualquiera, como grupo o individualmente, nos hace daño a todas; genera grandes vulnerabilidades entre nosotras y nuestro entorno; nos agota, nos enferma y nos debilita, justo lo que intentábamos evitar desde el principio.


Las mujeres más desequilibradas, es decir, las más influenciables, son al final las que sostienen el statu quo sobre sus hombros. Cuando ellas creen que están luchando en contra de un sistema que las oprime, en realidad están alimentándolo.


No sé si eso es ser fuerte. Una cosa sí tengo clara: no es ser inteligente.

Por favor, cuídate mucho.


Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.

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